Tengo un amigo sensible que se ha aficionado a las películas apocalípticas para tolerar mejor, en contraposición, la montaña rusa de la realidad argentina.
Este verano seguí su consejo y vi Dejar el mundo atrás después de haberme tropezado con un irónico afiche callejero que así la promovía: “En el final, ni los dólares te sirven”.
No es una obra maestra, pero tiene una rara escena intimista y notable; sucede en un paréntesis de la gran catástrofe, cuando una mujer y un financista toman el último whisky y el hombre revela algo acerca de su larga experiencia laboral: “Mis clientes más listos han perdido mucho dinero por basarse en sus prejuicios, en vez de basarse en la verdad.
Entender la diferencia es muy duro para algunos”.
Julia Roberts, que es su interlocutora, quiere saber: “Cuando tú ves la verdad y ellos no, ¿te enfureces?”.
El financista contesta: “Depende de la persona.
A veces disfruto al ver cómo el mercado les da su merecido.
Los que realmente me aterran son los que no aprenden.
Incluso después de perder mucho dinero.
Nada me aterra más que una persona que no aprende.
Incluso a costa de su dinero.
Esa es una oscuridad que nunca entenderé”.
La reflexión encaja de modo tan directo en una parte de nuestra sociedad politizada que el film rompe de inmediato cualquier función anestésica: hay simpatizantes del estatismo más cerril que prefieren fracasar a no tener razón.
Son como los fanáticos del marxismo-leninismo que luego de la implosión de la Unión Soviética y la prolongada debacle cubana, siguen pensando que su proyecto era magnífico contra todo dato o evidencia..